miércoles, 7 de marzo de 2018

LAS MALAS NOTICIAS


¿Sabes quién se ha muerto? ¡No! ¿Quién? ¿Dime? Un par de segundos negando con la cabeza, los ojos entornados y, a continuación dices ¡No te lo vas a creer. Es muy fuerte! Y otros dos o tres segundos más de intriga, hasta que al final lo sueltas. ¡Se ha muerto… Fulanito! Se espera entonces unos diez o quince segundos a que la otra persona acabe de mostrar su sorpresa llevándose la mano a la cabeza, girando el cuerpo en señal de negación y afirmando que no puede ser, que la vio hace un par de días y que la saludó y la encontró bien y bla, bla, bla… ¿Y de qué ha muerto? Es entonces cuando el interlocutor, tras otros segundos de suspense “dosifica” la información para darla poco a poco. ¡Pues en un accidente! Y ahí se para aguardando a que la otra persona le pregunte ¿Pero cómo ha sido? ¿Cuándo? ¡Pues mira que te lo explico…! 

Que levante la mano el que no haya caído consciente o inconscientemente en este “juego” de poder que implica que sé algo que tú no sabes. Y es que tener una información privilegiada, sobre todo si implica una desgracia, un secreto inconfesable o un suceso desagradable, nos sitúa en una posición superior al menos durante esos segundos. Es inherente al ser humano y tan antiguo como el mundo. ¿Sabes quién se ha divorciado? ¡No! ¿Quién? ¡Bueno, bueno, cuando te lo cuente no te lo vas a creer, porque parecían la pareja perfecta y…! Ejemplo como éste hay muchos. Alguien dijo que las buenas noticias no son noticia. Nada más que tienen que poner el telediario de cualquier cadena: Asesinato de escolares en Estados Unidos, crisis política en Cataluña, juicios por casos de corrupción, muertes por violencia de género, desaparición de personas, accidentes en carretera, subida de la luz, el huracán que ha destrozado media costa, manifestaciones de pensionistas y policías… 

Al ver esto, uno se pregunta. ¿Es ésta la realidad que nos rodea o es una realidad solo parcial y sesgada? ¿Es que no hay buenas noticias que dar? Sí que las hay pero no captan la atención del público. Hace años en España apareció un diario llamado “Las buenas noticias”. Duró escasamente dos meses porque nadie lo compraba. Sin embargo, y muchos lo recordarán, el periódico “El Caso” estuvo 45 años dando malas noticias y sucesos de todo tipo y cuanto más truculentos… más subía la tirada… y la venta de ejemplares. A veces me pregunto el papel que los periodistas tenemos en esta línea negativa en la que parece haberse anclado la prensa en general, y si debemos alterar esta tendencia a fin de ser más positivos en una sociedad de la información que “devora sucesos”, los rumia y los replica a quienes no han tenido la “fortuna” de conocerlos. En todo caso, podemos empezar por confirmar y contrastar las noticias para evitar ciertos bulos que, en determinados casos, pueden llevar a crear una alarma social injustificada.

jueves, 21 de diciembre de 2017

NUESTRA NAVIDAD

(Artículo publicado en Viva Jerez el 21/12/2017)
Me pregunto quién le dio vela en este entierro a Santa Claus, Papa Noel o como quiera que se llame ese señor gordo, que se ríe a saber de qué o de quién y que llega cada Navidad en un trineo tirado por renos llenos de campanitas (muy español, sí señor, lo de los renos y el trineo). Y es que esto de las tradiciones más ancestrales o las cuidamos entre algodones o llegan los anglosajones y nos la introducen con calzador haciendo creer a nuestros hijos que son de toda la vida y que nuestros tatarabuelos aguardaban la llegada de Papa Noel cantándole villancicos a la luz de una hoguera en nochebuena. Que no, que no. Reconozco abiertamente que la televisión y el cine, ayudados por los Centros Comerciales, han influido mucho en esta “moda” que nos es ajena totalmente. Por eso, reivindico el belén, el nacimiento, las zambombas, la noche de Reyes Magos y, si me apuran, el árbol (que reconozco que decora mucho en el salón). 

Abogo por crear un cortafuegos en los Pirineos que impida la entrada de esos virus que infectan nuestras costumbres. Reclamo una asignatura obligatoria denominada “Tradiciones”, que enseñe el porqué de nuestras fiestas y celebraciones y que ponga freno a las injerencias extranjeras. Exijo que se subvencionen por decreto la colocación de los belenes en las casas y las fiestas de Reyes en las guarderías. Solicito que se declaren patrimonio de la humanidad las zambombas en los patios de vecinos y las exposiciones de dioramas y belenes. Que se blinden por ley los puestos de castañas, la venta de figuritas de nacimiento en la calle, las panderetas y las botellas de anís del mono (tan esenciales para que la fiesta surja). Demando que se declare persona non grata a Santa Claus (¿Qué nombre es ése y porqué se le llama santa? ¿Es que no es un señor y es señora?). Además pido que se cubra con cazas del ejército del aire el espacio aéreo español para que el trineo de Papa Noel no pueda acercarse a la piel de toro. 

Con esto, podríamos parar esta invasión anglosajona que amenaza con imponernos el festivo 4 de julio como Fiesta de la Independencia, el día de San Patricio, el de acción de gracias y otras festividades tan “poco nuestras”. Ya nos la colaron hace años con Halloween y esos muertos vivientes y zombis que nos piden truco o trato a las puertas de nuestra casa con calabazas horadadas (qué miedoooor, como diría el recordado Chiquito). Pues bien, se han cargado de un plumazo siglos de historia de la noche de Todos los Santos. Así, por la cara. Como también hace años nos impusieron el Día de San Valentín con la complicidad también de algún Hipermercado que colgaba corazoncitos rojos en sus escaparates y que te “obligaban” a regalar algo a tu media naranja. Reconozco que, en esto último, también influyó mucho la película de Concha Velasco de los años 60 (qué miedoooor). ¡Uy, ya no tengo más espacio para el artículo!. En fin, que les deseo una feliz Navidad a todos… Y cuidado con los turrones duros…

miércoles, 18 de octubre de 2017

EL CHARCO

(Artículo publicado en Viva Jerez el 19.10.2017)
Miércoles por la mañana. Ayer, para más señas. Salgo de casa sobre las 10 de la mañana con intención de ir andando al centro. Hago ejercicio (que buena falta me hace), doy un paseo y resuelvo el papeleo pendiente en el banco. Aún me resuenan en los oídos el estruendo de los truenos de la pasada madrugada, la fuerte lluvia, el intenso viento que se colaba por las rendijas de la ventana de mi dormitorio. Vaya nochecita. Los efectos son visibles a medida que voy recorriendo las calles. Barro, mucho barro. Contenedores volcados. Parkings inundados. Ramas de árboles arrancadas y poblando el acerado… 

En fin, que continué avanzando camino a la calle Larga y, tras la plaza de San Juan, me adentré por la calle Juana de Dios Lacoste. Ya saben. Esa cuyas aceras no son tales. Un adoquín adosado a la fachada y poco más es lo que puede verse en gran parte de esa estrecha calle como acera. Afortunadamente, cuando se oye venir un coche se puede adentrar uno en alguna casapuerta, esperar a que pase y volver a la calle. Iba yo en estas de entra y salgo de las casapuertas cuando en el interior de una de ellas lo vi. Era un charco monumental en la misma entrada. De repente, y como en cámara lenta, observé el coche que se acercaba por la izquierda de la calle. Iba a más de 50 kilómetros por hora. Miré al coche, miré el charco y giré la cabeza en un intento de hallar algún refugio ante lo que se avecinaba. Nada. Una reja forjada me impedía pasar al patio y las puertas de la calle estaban atrancadas. No daba tiempo a quitarles el enorme pestillo que las agarraba a la pared interna de esos escasos 3 metros cuadrados al que llaman casapuerta. Tampoco podía salir a la calle. Demasiado tarde. Cerré los ojos, me giré de espaldas y me apoyé en una de las paredes. Que sea lo que Dios quiera, pensé. Fueron tres segundos eternos. 

El vehículo hundió la rueda delantera derecha en el charco y atendiendo al principio de Arquímedes, el agua allí depositada experimentó un empuje en este caso lateral hacia donde yo me encontraba igual al volumen desalojado. Pimpando me dejó. Fue tal la impresión que me giré rápidamente sin recordar que aún restaba otra rueda, la trasera que desplazó (en este caso a un Esteban que se encontraba de frente al charco) todo el agua que quedaba trasladándola directamente a mi cuerpo ya de por sí mojado. Y allí estaba yo. Mirándome de arriba abajo. Supongo que la imagen era ridícula, porque pasó una pareja, me vieron, se miraron y les salió una carcajada de aúpa. Ni ejercicio, ni papeleo en el banco, ni paseo. A casita, a pegarme una ducha no sin antes acordarme de la santa progenitora y de la santa descendencia del conductor del vehículo que ayer pasó por la estrecha calle de Juana de Dios Lacoste. 

miércoles, 8 de marzo de 2017

EL FAMOSO AUTOBUS

(Artículo publicado en Viva Jerez el 9.3.2017)
Probablemente haya sido una de las mayores campañas en muchos años que debería ser estudiada en las Facultades de Comunicación, Publicidad y Marketing. Nunca tan pocos, con tan pocos medios y sin argumentos de peso han llegado tan lejos. Hablo del famoso autobús naranja de la asociación “Hazte oír”. Tan solo hizo falta un mensaje provocador en un autobús recorriendo las calles de Madrid y como por arte de magia se produjo el milagro multiplicador y la protesta ha llegado a todos los rincones de este país y de medio mundo. Y ese mensaje que habrían visto cientos o miles de personas en la capital de España y que habría pasado desapercibido para la mayoría por ridículo y pasado de rosca, se propaga exponencialmente por las radios, la prensa escrita, televisiones y por supuesto por redes sociales, páginas webs, blogs, whatsapp… llegando pues a millones de personas en cualquier rincón del país, algunas más moldeables que otras. 

Después llegan los políticos, que se apuntan a un bombardeo, y la Iglesia, y las asociaciones igualitarias, y los sindicatos y los colectivos LGTB y lanzan proclamas acertadas contra el ya famoso autobús en concentraciones, en ruedas de prensa y en sus propias redes. Y salen los responsables de “Hazte oír” en entrevistas en todas las televisiones, junto al autobús, argumentando su mensaje. Y se reabre un debate que estaba zanjado hace mucho tiempo dando alas a los que habían aparcado un asunto que, dicho sea de paso, ya estaba ampliamente superado ¿Que hay un autobús lanzando un mensaje que puede atentar contra la legalidad vigente? Pues se denuncia ante la justicia y que decida. Y punto. Sin más recorrido, ni proclamas, ni exaltaciones públicas. Les invito a que escriban la palabra “autobús” en Google imágenes. Verán que aparecen decenas, cientos de fotografías de este autobús naranja ¿Qué se ha conseguido? Dar publicidad a cuatro retrógrados que, motu propio, nunca habrían ocupado ni dos líneas en una revista de barrio. Su efecto multiplicador ha sido efectivo gracias a todos nosotros. 

Debemos comprender que si cada vez que algún “iluminado” decide provocar a la sociedad con alguna barrabasada le damos cancha mediática, realmente le hacemos un favor elevando el mensaje a una categoría que no merece. Seguro que recuerdan la archiconocida cita de Oscar Wilde: “Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”. O el dicho de aquella folclórica “Que hablen de ti, aunque sea mal”. Imaginaos si esta asociación hubiera tenido que afrontar los gastos económicos de una campaña publicitaria de tal magnitud. Impensable. 

miércoles, 22 de febrero de 2017

LA AVENTURA

(Artículo publicado en Viva Jerez el 23/2/2017)
Hola ¿Qué te ha pasado? Tienes la pierna enyesada. Pues mira, fue la semana pasada. Esto era que iba yo escalando uno de los picos más altos en los Alpes suizos, intrépido que es uno desde chiquitito, cuando a media tarde se levantó de improviso una gran tormenta. No me amilané. Yo iba solo, valiente que es uno, sin guía ni GPS, que eso es para los pusilánimes que no tienen el espíritu aventurero que desde siempre me ha caracterizado. En esto que un rayo cayó cerca de mi posición y provocó un enorme alud que se desplazaba rápido hacia el lugar donde me encontraba. Debía actuar rápido. La tragedia se mascaba. Presto me giré y busqué con la mirada un lugar donde refugiarme. Y lo hallé a varios metros. Se trataba de una cavidad rocosa, una pequeña cueva justo tras un desfiladero bajo el cual no se veía el fondo. Corrí hacia ella raudo y justo cuando el alud llegaba logré saltar los 6 metros del desfiladero y caer tras las rocas que me sirvieron como refugio del intenso alud que me sobrevino. Fue en esa caída cuando me partí el pie y por lo que ahora me ves con la pierna enyesada hasta la rodilla. 

Estuve cuatro días en aquel lugar, una cueva de poco más de un metro cuadrado, lo justo para moverme, soportando temperaturas de 30 grados bajo cero, sin nada de comida y peligrando mi vida, pero mi innata valentía me hizo aguantar con tan solo 150 mililitros de agua y una chocolatina. Tras ese tiempo, y cuando comenzaba a desfallecer, vi a lo lejos un helicóptero de salvamento justo cuando comenzaba otro alud. Con dos palitos que encontré cerca, hice fuego para avisarlo y tras un dificilísimo rescate de montaña, logré asirme a la canastilla que lanzó el helicóptero segundos antes de que me atrapara el alud. Después el papeleo de la embajada, la llamada del ministro, y la vuelta a casa. El aeropuerto era un clamor. La gente con pancartas de “Todos somos Esteban” y “Te queremos, eres el mejor”. La prensa nacional e internacional me dedicó reportajes, las entrevistas en la televisión. En fin que así es cómo me hice esta lesión en el pie que ahora ves y… 

Paré aquí la historia porque mi amigo no tenía cara de creerse nada de lo que le estaba contando. ¿Qué no te lo crees? ¡Vaya, que poca fe tienes en mí, de verdad! ¡Ten un amigo para esto. Qué decepción! Levanté la cabeza y entornando los ojos me fui de allí a saltitos, con el apoyo de las dos muletas y con la pierna enyesada hasta la rodilla. Claro, es que contar que me caí en mi propia casa, de una escalerita de dos peldaños, al coger un libro y que me partí el quinto metatarsiano (el hueso del dedo chico del pie izquierdo, para que nos entendamos)… reconozco que es de lo más tonto y absurdo, pero es lo que realmente sucedió. En cualquier caso estarán conmigo en que de vez en cuando hay que exagerar un poco ¿no?